Casi en todo curso o conferencia que yo imparto, surge alguna pregunta sobre este tema que preocupa y confunde a los padres. “¿Por qué mis hijos pelean tanto?” “mi hijo molesta constantemente a su hermano” “¿cómo soluciono este problema?”
En principio, es necesario comprender que aunque la rivalidad entre hermanos se manifiesta de forma diferente entre mujeres que entre hombres, es un fenómeno normal y yo diría que hasta inevitable, y sólo cuando pasa ciertos límites o toma determinados matices, se debe considerar como un problema sobre el cual hay que tomar acciones contundentes.
Es común encontrar adultos que, sin importar su edad, todavía no han resuelto este conflicto que comenzó desde su más tierna infancia, y siguen sintiendo celos, hostilidad y envidia hacia su hermano
El relato de Caín y Abel -hermanos con un grado de rivalidad tal, que uno mató al otro- es una metáfora que nos muestra en su forma más cruda el fenómeno de la rivalidad fraterna, la cual los padres necesitamos aprender a manejar para no reforzarla o complicarla, y así mismo, saber qué hacer cuando ha pasado los límites de lo normal.
En el fondo, ésta rivalidad se debe al hecho de que cada hijo desea ser el favorito de mamá y papá, el especial, el mejor, el único, y como esto no es posible, el hermano se convierte en un estorboso intruso que le roba la atención de los padres; cuando estos muestran favoritismo por uno de los hijos, por razones obvias los celos, envidia y rivalidad se incrementa en gran medida, y esto también sucede cuando intervienen en los pleitos de sus hijos, defendiendo a uno y criticando al otro. Yo recomiendo a los padres no intervenir, sino dejarlos a ellos negociarlos y solucionarlos.
Por ejemplo, cuando un hijo se queja acusando a su hermano, en lugar de reaccionar en defensa de uno, hay que responder algo como: “arréglenlo entre ustedes, no me den la queja a mí”. Si en el pasado lo has manejado de la manera típica en la que te alías a uno de tus hijos y te pones en contra del otro, es importante que les avises que la cosas han cambiado: “Desde hoy ya no me voy a meter en sus pleitos, ustedes los van a resolver.” Y simplemente mantente alerta, pero “de lejos” y sin intervenir.
Esta actitud, además de evitar que la rivalidad aumente, enseña a tus hijos a enfrentar y resolver sus conflictos y desacuerdos por si mismos y a negociar, herramientas muy útiles en la vida, porque de seguro tú no estarás a su lado para defenderlos cada vez que tengan que lidiar con un conflicto.
A mi me parece que no hay mejor contexto para aprender a defendernos, poner límites, decir no, mostrar afecto, desarrollar la capacidad de apoyar, cooperar y negociar y de relacionarnos con otras personas, que en el día a día con nuestros hermanos.
No obstante, es importante aclarar que SI debes intervenir directa y decididamente, cuando tus hijos están peleando de manera violenta o peligrosa, o cuando los pleitos se dan entre hijos con gran diferencia de edades, por ejemplo, un niño y un adolescente o un adulto. Por ningún motivo vamos a permitir que haya violencia y abuso en nuestra familia. El aprendizaje de la violencia y el abuso, comienzan justamente ahí.
Así también, es muy importante reconocer cuándo las cosas se han salido de control y es necesaria la ayuda profesional, para ayudar a que el seno familiar cumpla con su propósito de dar seguridad, amor y cobijo a cada uno de sus miembros.
Fuente: LA CIUDAD VIRTUAL DE LA GRAN HERMANDAD BLANCA.
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