Las mamás queremos que todo esté en orden. A medida que aprendemos a dejar de estar presente en todos los detalles, tambien entendemos cómo mantener el control de nuestras emociones.
Que todo esté ordenado, que los pisos estén impecables, que no se pase la hora de la siesta… las mujeres intentamos tener todo controlado y muchas veces cuando algo se nos escapa perdemos el control de lo que pasa y el de nuestras emociones. Gritar para mantener el orden no es una solución. Sin embargo, cuando sentimos que todo se desborda, muchas veces no encontramos otra forma de controlar las situaciones.
Limpiar sin ensuciar
En muchos años de criar hijos, fui aprendiendo a soltar el control para mantenerlo. Aunque parezca un trabalenguas, es más fácil ponerlo en práctica que tratar de explicarlo. Por ejemplo, me obsesionaba con el orden de los juguetes en el cuarto de los chicos y me costaba ver las cosas que usaban desparramadas por la casa, así que me pasaba gran parte del tiempo juntando y ordenando y me enojaba por el caos reinante unos minutos después de terminar de poner todo en su lugar. Finalizaba el día agotada. Tratando de organizar el cuarto por decimoctava vez, me enojaba por el desorden y me frustraba no poder mantener el control.
Con el tiempo me di cuenta de que si dejaba de intentar controlar la forma en que los niños se relacionaban con sus cosas en su cuarto y establecía algunas reglas con ellos, no solo mantenía el control sobre la situación, sino que además lo hacía sobre mis emociones.
Aprender a no gritar fue una tarea que me llevó mucho más tiempo que el de explicarles a los chicos las reglas del orden del cuarto y no me di cuenta de ello hasta bastante tiempo después. Relajarme en algunas situaciones, ceder espacios y hacerlos responsables de su espacio me hizo recuperar mi humor y mis energías.
Poco tiempo después, ellos seguían jugando de la misma forma, pero al finalizar sabían que debían regresar las cosas a su lugar. En lugar de gritarles para que no desordenaran, comencé a pedirles que ordenaran después de jugar.
Parece una tontería, pero muchas veces gritamos o nos enojamos por algo tan simple como no saber qué hacer cuando algo se escapa de nuestro control y no advertimos que nuestras reacciones son fruto de la propia frustración por no poder entender que hay una salida diferente a un problema sencillo.
Los chicos no aprenden nada bueno de los gritos de los padres y los padres no logramos mejores resultados cuanto gritamos más fuerte. Claro que para cuando nos damos cuenta, tal vez ya nos hayamos quedado sin voz o estemos exhaustos por la situación emocional que atravesamos en el proceso.
Para no perder el control emocional, hay que aprender a ceder espacios, a establecer reglas y a trasmitirlas sin que ellas suenen como una amenaza. Los chicos aprenden de nuestros ejemplos y de nuestra forma de enfrentar los desafíos del día a día. Intentando hacer pequeños cambios en la manera de tratar las situaciones, podemos hacer que nuestros hijos aprendan a controlar sus emociones mucho más fácil de lo que nos resultó a nosotros.
Fuente: DISNEY BABBLE.
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