La autoridad que se perdió, los niños de hoy la necesitan

Estamos frente a circunstancias en las cuales debemos apoyar a nuestros Hijos.

Hemos perdido la autoridad porque tenemos miedo a que nuestros hijos sufran, a coartarles la libertad, a equivocarnos, a ser autoritarios, a repetir modelos recibidos en la infancia, ¿miedo a ser padres? ¿miedo a ser adultos?

No sabemos cómo decir “no”, “espera”, “no se puede”. Sentimos culpa, dudas; pensamos y nos enredamos en ideas sobre la libertad, la posibilidad de que el niño pueda elegir, de considerarlo como un par, etc.

Bajo estos condicionamientos, el adulto no logra sostener una decisión, flaquea, titubea, deja que el niño decida o maneje las cosas según sus aparentes necesidades o gustos.

Lejos de hacerles un bien, de ser algo que favorece realmente su desarrollo y otorga mayor protección, quienes están a su cargo, le demuestran que no saben cómo guiarlo, contenerlo, sostenerlo, o tomar decisiones para su bienestar. A menudo, lo único que se genera como resultado, es un aumento en las reacciones de los niños. Buscando provocar una respuesta, sacudir a los padres, percibir un techo, los niños generan mayores situaciones conflictivas. En otras palabras, con su comportamiento, piden a gritos el límite, necesitan sentir que el afuera los contiene y les da seguridad.

¡¿Les evitamos el sufrimiento o les evitamos el crecimiento?

Muchas veces queremos que los niños nos hagan el camino fácil, que sean ellos los que nos digan y propongan los cambios que tenemos que iniciar y sostener con decisión, coraje y confianza. Al no tener una decisión firme, cuando ellos se resisten, muestran señales de dolor o angustia, el adulto flaquea y vuelve atrás el proceso.

Crecer duele. Cuando crecemos dejamos cosas, por supuesto, no podemos tenerlas todas. Si un niño comienza a caminar, los padres no lo cargaran tanto en sus brazos, pero a la vez este gozará de mayor libertad de movimiento. Si el niño deja la habitación de sus padres, pasa a su propio cuarto, dejará de estar acompañado durante las horas de sueño, pero ganará independencia, maduración y autoconfianza.

Siempre que dejamos algo por proceso natural, ganamos otras cosas, que no solo dejan disminuido lo que dejamos ir, sino que nos colocan en un lugar superior.

Los niños necesitan que el adulto recupere la figura de autoridad saludable. Esa autoridad que por amor dice “no”, “hasta acá”, “hoy no puedes”, “a partir de ahora ha cambiado esto”. Es una autoridad que ofrece seguridad, aunque no sea bien recibida en primera instancia. Es la que ayuda a crecer, empuja hacia la vida, permite la evolución. Es la que le confirma al niño que puede relajarse y confiar porque hay quienes saben cuidarlo y guiarlo.

La autoridad saludable no es autoritarismo, es una clara postura del adulto ante el niño. Una postura de cuidado, responsabilidad, confianza, claridad y amor.

Si le tememos a las decisiones, precisión, firmeza, no estamos ayudando a los niños a madurar, ni a afrontar las crisis, frustración o dolor que, por momentos, pueden ser parte de la vida.

Muchos, pero muchos padres, están padeciendo la educación de sus hijos, solo porque hacen lento el proceso que puede ser rápido y concreto. Y con ello también, enlentecen el desarrollo emocional del niño y debilitan su autoestima.

La educación es difícil cuando estamos errándole al blanco. Cuando sentimos que ser un poco antipáticos, cortantes y precisos, está mal. En todo caso sería así, si lo hacemos siempre, o bien, si no hay reflexión y conciencia en ello. Pero no es el caso, más bien es el opuesto. Los niños nos están pidiendo, por favor, que nos hagamos cargo de nuestro rol, que tomemos decisiones, que les marquemos las pautas, que les digamos que “no”.

Hay que enseñarle al niño vivir en una vida real, y para ello necesita registrar una sana autoridad. Si cree que siempre recibirá un “si” de todos y todo, cuando salga al mundo y se encuentre con la realidad, bajará los brazos ante la primera dificultad. En cambio, si sabe que afuera puede encontrarse con límites, tendrá la fortaleza y confianza para afrontarlos, respetarlos o superarlos.

Para soportar la aparente angustia de un niño, el adulto debe cambiar su propia relación con el dolor, así como también el concepto de protección; abrirse a la idea de que acompañar y permitir un llanto, frustración o resistencia también es amar y cuidar profundamente.

Fuente: LA CIUDAD VIRTUAL DE LA GRAN HERMANDAD BLANCA.

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