Muy al principio de la gran mayoría de las relaciones, lo que nos atrae de otra persona es el aspecto físico. Nos gusta su piel, sus ojos, sus manos, su forma de caminar o incluso su sonrisa. Y ahí vamos, derechito al enamoramiento masivo, porque día con día nos enamoran más y más detalles de dicha persona.
Con el paso de los días, descubrimos que con dicha persona nos sentimos felices, tranquilos, entusiasmados. Vamos encontrando coincidencias en ideología, en sueños, en metas, pero aún sigue predominando la atracción física, por lo que si surgen diferencias o detalles que nos parecen incorrectos, los dejamos pasar.
Tenemos en la mente, que hemos dado al fin con el tesoro buscado, que somos más inteligentes que cualquier otro miembro de nuestra familia, que somos los más astutos, que seremos más felices que nadie y que hemos acertado en nuestra profunda y centrada elección.
Venimos si tenemos suerte, de un hogar en el que hemos convivido con nuestro padre y nuestra madre con un matrimonio feliz y estable, por lo tanto, una gran parte de nuestro interior, nos dice que hemos elegido bien.
Hemos encontrado en esa pareja ideal, una persona que nos brinda muchas situaciones parecidas a las que hemos vivido ya en casa con nuestros padres, o tal vez con nuestros tíos o abuelos.
Por lo tanto, seguimos adelante en la relación.
Algunos más, no tan suertudos, venimos de hogares en donde los pleitos y los gritos eran el pan de cada día, por lo tanto, estamos convencidos de que la persona elegida nos hará vivir un amor diferente. Según nosotros, hemos elegido a una pareja que no peleará ni gritará, y con ello tenemos asegurado, un gran amor de por vida.
¿Y qué sucede entonces?
Sucede que en la inmensa mayoría de los casos, hemos elegido mal. Porque esa pareja ideal que creemos haber encontrado, no es más que “la repetición” de lo que se ha vivido generaciones antes en la familia y claro, la decepción es demasiada.
Esa mujer que yo elegí porque vi en ella una mujer muy bella y simpática, resulta ser neurótica y gritona todo el tiempo, intenta manejarme, manipularme, controlarme todos los días y ya no sé si en realidad la amo.
Ese hombre que parecía tan enamorado de mí, resulta que sigue prefiriendo divertirse con sus amigos, no escucharme cuando le hablo, desaparecerse si lo busco y no interesarse en mis cosas.
E incluso, puede ser que al día de hoy, ya me haya dado uno que otro empujón “jugando”, o ya me llame con alguna palabra altisonante cuando está enojado, “porque hay confianza”.
Ya estoy descubriendo que tal vez me equivoqué en mi elección, pero una vocecita dentro de mi cabeza, me dice: lo amas, te ama, continúa.
Ya no estoy tan seguro o segura, es más la gente a mi alrededor, la que opina que he elegido mal y es entonces que comienzo a “maquillar” mi relación. Ya no comento lo malo que sucede, ya no externo los problemas que tenemos en pareja, ya no convivo tanto con “los míos” y me voy apegando, sin darme cuenta, a esa persona que yo considero aún como “la mejor elección”, cuando algo me dice que no lo es.
Continúan pasando los días, los meses, y de pronto ya no puedo vivir sin esa persona. Honestamente, paso más malos ratos que buenos ratos, pero como ya llevo mucho tiempo con esa pareja, ya me he adaptado.
Ahora, la vocecita me dice: “Tal vez con el tiempo, esa persona cambie gracias a tu amor”. Lo que me hace permanecer en la relación y dejar por completo, de ver el lado malo. Sigo en mi ceguera creyendo que yo seré tal vez la única persona en la familia que sí sabrá vivir un amor de por vida, que tendrá a la familia más unida y feliz, que ha acertado.
Ya lo que viene después, es de todos conocido. Las parejas comienzan a engañarse y a perdonarse, o se casan y no funciona, o se embarazan y conforman nuevamente hogares ya rotos. Pelean y discuten como rutina diaria, encuentran en las reconciliaciones su razón para vivir, se conforman con dos días de paz a la semana contra 5 de malos ratos, etc.
Y el ciclo, vuelve a comenzar…
Y lo que parece mentira, es que llega un momento en que hasta nosotros dudamos que en verdad el amor verdadero exista, llegamos a confrontarnos con nuestro mayor miedo, el miedo a la soledad. Y preferimos ese “peor es nada”, que seguir buscando o intentar buscar.
De pronto nos sentimos viejos para salir a buscar nuevamente, pensamos en el tiempo que nos tomará conocer a alguien nuevo, volver a enamorarnos, conocernos y llegar a más, y sumando años, llegamos a la conclusión de que ya no seremos atractivos para nadie, ya nadie se enamorará de nosotros, y por supuesto, nadie nos conocerá y a nadie conoceremos más que a “nuestro peor es nada”.
Lo que no sabíamos y ahora lo podemos entender, es que a las parejas, no las elegimos “conscientemente” jamás. Esa parte de nuestro cerebro que nos hace sentir bien con una persona, es precisamente nuestra parte inconsciente. Esa parte que carga las memorias emocionales de generaciones y generaciones previas a nosotros. Y que lograr vivir un amor con plena conciencia es una gran labor que muy pocos son capaces de realizar.
Estamos acostumbrados a “comprender”, a “justificar”, a perdonar”, a “dejar pasar” pequeños detalles en la convivencia con esa “pareja ideal”, pensando que es pasajero, circunstancial o sin importancia, normal. Y esa pequeñez se convierte, con el paso de los años, en el principal motivo de disgusto entre las parejas.
¿Cómo salimos a buscar algo que no conocemos?
No sabemos cómo debe ser una relación ideal y amorosa entre los padres, porque vemos las fallas en los nuestros. Y si nunca las vimos, tampoco sabemos reconocerlas. No sabemos identificar a un hombre “no violento”, porque siempre hemos vivido entre hombres violentos. O jamás los vimos, por eso no sabemos reconocerlos.
No sabemos cómo debe reaccionar una mujer enojada y centrada, porque hemos crecido entre gritos, reclamos y portazos. O jamás lo vimos, y por lo tanto, no sabemos reconocerlas.
No sabemos identificar a un abandonador o a una mujer infiel, porque venimos huyendo de eso en casa. O porque jamás vivimos eso, y no sabemos reconocerlo. Porque resulta, que yo puedo provenir del hogar más amoroso, respetuoso, correcto, educado, detallista del mundo. Pero resulta, que soy doble de la tía abuela que vivió amores muy complicados. Entonces, al momento de salir al mundo a buscar a una pareja, no busco lo que vi en casa con mis padres, sino que repito los errores de la tía abuela.
Es por ello que nadie comprende que yo no tenga un hogar feliz o estable, o que yo no haya logrado formar una bonita pareja. Porque al momento de salir a buscar el amor, yo dejo de ser yo y me convierto en mis dobles en el árbol. Repito patrones, miedos, tolero lo intolerable y perdono lo imperdonable.
Es ahí cuando tanto amor que me ha dado mi padre o mi madre, resulta inútil para que yo logre un amor verdadero. Mi parte consciente lo añora, desea infinitamente una vida hermosa y maravillosa en pareja. Mi parte inconsciente por el contrario, dirige mis pasos hacia el abismo. Y es por ello, que no logro concretar un bonito amor.
Buscar lo que no conocemos, resulta entonces, la manera más fácil de hacernos imposible deshacernos de “destinos” transgeneracionales ya escritos y programados para nosotros.
Debemos estar plenamente conscientes pues, de que salir a buscar una pareja, no es sólo encontrar a alguien que nos guste físicamente, no. Es salir a conocer personas que de verdad nos hagan sentir plenos, felices, tranquilos, ilusionados y a la vez que nos respeten, que nos escuchen, que confíen en nosotros. Y qué mejor manera de identificar lo que en realidad hay en el fondo, investigando la historia de nuestra familia, de nuestros dobles en el árbol.
Saber cómo les ha ido en el amor, cuál era o es su más grande miedo, qué tipo de problemas amorosos han vivido y sufrido y a la vez, mantener la conciencia de que jamás vamos a repetir esas malas decisiones o elecciones.
Analizar desde lo profundo si esa persona está preparada para responsabilidades, para contratiempos, para salir adelante. Saber si cuento con esa persona en caso de una urgencia médica o si puedo confiar en esa persona para que sea el padre o la madre de mis hijos.
Buscar entonces, lo que sí conocemos: dormir tranquilos, sentirnos seguros, confiados, motivamos, admirados, reconocidos.
Dejar de soñar y aplicarnos a elegir bien.
Recordemos que nuestra vida no es más que una largo camino de decisiones y que elegir un buen compañero de vida, debe ser una elección consciente nacida claro, del corazón.
Escrito por: Elizabeth Romero Sánchez
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