En el jardín, en los colegios y en el trabajo todo está en su lugar y es tarea de cada uno mantener el orden. Pero cuando llegamos a casa, algunos nos relajamos, más si tenemos pequeños.
Hacer un compost es más fácil que tirar la basura.
Dicen que cada familia es un mundo. El nuestro, el mundo que fuimos creando, tiene todo de nosotros como padres, de aquello que le transmitimos a nuestros hijos y de lo que vamos aprendiendo y viviendo en el camino. Intentamos que los chicos puedan también tener sus espacios y dejar su marca, que ellos elijan adornos, que nos ayuden con el color de los cuartos y con la ubicación de alguno de los muebles.
Soy de las que creen que el equilibrio es clave: usamos las cosas, las cuidamos, pero le damos la importancia que consideramos adecuada. Así somos nosotros, así es nuestro hogar, así son nuestros hijos. Creo que vamos criando según nuestra personalidad, nuestra historia, nuestros defectos y virtudes. A veces decidimos cambiar y otras nos aferramos a seguir siendo nosotros mismos.
Los chicos juegan, saltan y corren. Claro que hay reglas y momentos para cada cosa, para jugar y para guardar. Pero creo que saber cuándo hay que hacer foco en una cosa y cuándo en otra hace toda la diferencia.
Cuando eran los cuatro más pequeños, hubo momentos donde el caos era total. Está bueno poder darse cuenta cuando es momento de ponerse firmes y cuando de relajar, tener lugares ordenados para sentarse, caminar y dormir y casi que ya está absolutamente todo en su lugar. Mantener la limpieza, por lo menos para mí, no tiene nada que ver con el orden absoluto. Todo es compatible.
Mi mesita ratona es apta para niños, propios y ajenos. A medida que crece el grupo, que todos los chicos de nuestros amigos más cercanos van madurando, empezamos a bajar los adornos, mantenemos las paredes pintadas y los sillones de colores un poco más claros.
Yo no quiero una casa como en las revistas, donde hasta la última muñeca tiene su lugar y se encuentra peinada y vestida de punta en blanco. Deseo una casa que esté viva, que respire, que sea tan real como la familia que la habita y que, sobre todo, tenga nuestra propia personalidad.
Dicen que los niños en casas desordenadas son más felices. Para mí, niños felices son aquellos que tienen padres felices.Y los padres son felices cuando dejan de intentar ser perfectos y se muestran reales ante sus hijos.
Eso es lo que quiero, que en nuestra casa se vea reflejada nuestra familia, con la impronta de todos y cada uno de nosotros, en armonía y a veces no tanto.
Fuente: DISNEY BABBLE.
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