El camino para llegar a un “niño difícil”

Observa si Tú Hijo es un Niño Triste.

Hay niños que nos hacen renegar, verdad? Son los que una y otra vez te enfrentan con la propia capacidad de tolerancia, flexibilidad, calma. Te ponen a prueba, en el límite entre el bien y el mal, y casi que pareciera que te empujan hacia el otro lado, donde la impaciencia, enojo, frustración están a la espera…

“Si tal niño no estaría en mi clase, sería todo tan armónico…” “Qué buen padre sería, si mi hijo se comunicara más conmigo…” “Cuánto más podría ayudar a este niño, si no se cerraría tanto en si mismo…”

Lo que sabemos solo se pone a prueba en los momentos de dificultad. Si todos los niños serían perfectos alumnos, agradecidos hijos, pacientes receptivos, todo sería más fácil, pero no podríamos comprobar nuestro conocimiento y capacidad de amar. En los momentos duros, arduos, tensos ahí se ve la profesionalidad, el conocimiento, la entrega. Aquí te encuentras ante la posibilidad de practicar lo que dices que sabes, o lo que piensas que eres.

¿Qué tal si dejamos de esperar que el niño cambie, y lo hacemos nosotros? Sería dejar de ver problema en él, y pasar a reconocer que aun no hemos encontrado la manera de acceder a su interior; que nos falta descubrir cómo, cuándo, de qué modo.

El niño no tiene por qué hacernos el camino fácil, él solo nos mostrará sinceramente lo que está transitando. Su profunda necesidad. Lo hará de la forma que pueda, con las herramientas que tenga. No es a él a quien hay que exigirle que cambie su recorrido, sino nosotros debemos encontrar el camino para llegar al lugar en donde está.

Acceder a través de la mirada
Los niños no son así porque quieren, son así porque es lo que pueden. Hay detrás de ellos, o dentro, una historia, una biografía; experiencias que los han marcado, necesidades no cubiertas, situaciones inconclusas, carencias, exceso de límites o falta total de ellos, entre otras variables… Sea grande o pequeño lo que les haya ocurrido, para ellos será siempre grande; causará dolor, enojo, decepción, desconfianza, que se expresará de algún modo.

Si cuando miramos a un niño a los ojos, no podemos abarcar todo lo que hay detrás, no lograremos llegar a donde está.

Lo primero es verlo, y cuando se lo ve, recorrer su historia en su mirada; traer a sus padres, a sus abuelos, a sus ancestros. Mirarlo, y pensar si recibió o no abrazos, si lo habrán valorado, apoyado. Volverlo a mirar, y verlo en su hogar, en su familia, en su barrio. Y no solo bastará con imaginarlo, debemos averiguar la verdadera historia de este niño, porque allí lo encontraremos a él, detenido, extendiéndonos la mano.

El poeta Henry Wadsworth Longfelow, nos hace pensar en esto en su siguiente verso: “Si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, encontraríamos en la vida de cada uno penas y sufrimientos suficientes para desarmar cualquier hostilidad.”

El niño que nos enfrenta nos están pidiendo este tipo de mirada. Una mirada que le ilumine el camino que transitó, con aceptación, reconocimiento y comprensión.
Los momentos de dificultad no son nuestros enemigos, son nuestros aliados, porque nos dan la posibilidad de ser mejores personas o padres, maestros más capaces, profesionales más sensibles y empáticos.

Si cuando lo miramos, realmente, vemos todo lo que este niño es, les puedo asegurar que ingresará a nuestra conciencia de otra manera. A partir de ese momento, todo podrá cambiar, principalmente cambiarás tu, y no por esfuerzo, estrategia o compromiso… sino por amor, amor a este bello y maravilloso ser que estas descubriendo.

La paciencia se duplicará, la capacidad de amor se hará exponencial, las ganas de abrazarlo, de que esté presente, de que sonría, de que te quiera, serán tu motivación.

No es nada difícil acceder a un niño “difícil”; y no es teoría, lo he comprobado con cada situación que se me presentó como un misterio cerrado, o una posibilidad abierta.

Una mano en su hombro, un gesto de comprensión a su historia personal, da permiso, lugar y reconocimiento. Cuando dejamos de rechazar, esconder o ignorar, abrimos con ello una nueva puerta.

No importa la edad que tenga, si tiene dos, catorce o dieciocho años. Todos llevamos una historia, la que sabemos y la que no, la que recordamos y la que quedó en el inconsciente. Y todos la representamos como podemos.

LLeva la historia del niño a tu altar interior. Mírala con devoción, ya no es tu problema, es el sentido de tu tarea, tu motivación, el combustible para ir por más. Lo que hoy te cuesta, mañana te hará un mejor ser humano.

Fuente: LA CIUDAD VIRTUAL DE LA GRAN HERMANDAD BLANCA.

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