Mis hijos son hermosos, los amo y quiero lo mejor para ellos. Sin embargo, mis buenas intenciones en ocasiones pueden salirse de control. Les pregunto por todo lo que hacen y me asusto apenas los veo un poco serios.
Lo sé, lo reconozco y lo admito. A veces soy una tortura como madre. Me prometo cambiar y no puedo. Mis hijos son unos santos que me aguantan y no me demandan. Me preocupo de más, les estoy encima demasiado, los abrazo con fuerza, posesión y control.
El tabú menstrual
Muchos días me prometo a mí misma no hacerles tantas preguntas, dejarlos un poco más libres de mis besos y liberarlos de mi charla que nunca para. Es que siento que crecen muy rápido, me parece que se me escapan, quiero disfrutarlos, sentirlos cerca pese al tiempo que pasa.
Hay cosas específicas que podría cambiar para hacerles la vida más fácil a ellos y menos dramática a mí.
¿Qué necesidad tengo yo de andar preguntando sobre cada cosa que hacen?
¿Por qué me siento culpable si no comen todo lo que pongo en la lunchera?
¿Es necesario que me meta en sus vidas como si fuera la mía?
Si los veo un poco serios, entro en pánico.
Si alguien me hace algún comentario sobre su comportamiento, me angustio.
Si están aburridos, siento que he fracasado como madre.
Si se pelean con un amigo, me cuestiono qué les he enseñado.
Mi meta para los años que me quedan con ellos en casa será cada día tratar de relajarme más en lo que a ellos se refiere. O preocuparme por lo importante y disfrutar de todo lo que está bien, que por suerte es mucho.
Fuente: DISNEY BABBLE.
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