La amabilidad tiene la capacidad de transformar el entorno, siendo este cambio beneficioso para los demás y para aquel que la practica. La amabilidad es un acto de amor y respeto que ayuda a crear una realidad más agradable, en la que nace la esperanza y prospera la felicidad. Ser amables nos hace mejores y hace mejores a los que nos rodean.
Cultivando la amabilidad estamos plantando también semillas de ternura, bondad y compasión, una de las emociones que no lleva a mirar a los demás y a hacer algo por ellos.
Ser amables eleva nuestro estado de ánimo y mejora nuestro bienestar. Un simple acto de amabilidad puede cambiar nuestra perspectiva de las circunstancias, abriendo luz en la oscuridad, convirtiendo lo desesperado en esperanzador.
Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Oxford publicado en 2016 concluyó que ser amable con los demás causa una pequeña, pero significativa mejora en el bienestar subjetivo.
Los seres humanos somos animales sociales y nos hace felices ayudar a los demás. Esta investigación sugiere que las personas realmente obtenemos satisfacción al ayudar a otros. Esto probablemente se debe, según los investigadores, a que nos preocupamos de manera genuina por el bienestar de los demás. Otra hipótesis que podría explicar el hecho de que la amabilidad nos haga sentir bien es que los actos aleatorios de bondad son una buena manera de hacer nuevos amigos y dar inicio a relaciones sociales.
Es más, parece que ser amables nos hace más felices, y también que ser más felices nos vuelve más amables. En este sentido, un estudio de la Universidad Tohoku Gakuin estudio encontró que la gente feliz intensifica, mantiene y generaliza este estado de dicha por ser amable.
La amabilidad no solo hace que no sintamos bien, sino que también tiene un impacto positivo sobre nuestra salud, tanto física como mental. Ser amables desencadena una cascada de vitalidad, y lo hace gracias a las sustancias que segrega el cerebro y cuidan de nuestro estado de ánimo, a la vez que de nuestro cuerpo.
Ser amables contribuye a que mantengamos de una buena salud, y puede disminuir el efecto de enfermedades y trastornos de diferente gravedad, tanto psicológicos como físicos. Por ejemplo, mostrar esta actitud provoca la liberación de endorfinas, los analgésicos naturales del cuerpo.
Por otra parte, los problemas de salud relacionados con el estrés mejoran después de realizar “actos amables”. Ayuda a revertir los sentimientos de depresión, proporciona contacto social, calma la hostilidad y disminuye la probabilidad de aislamiento, que puede causar estrés, comer en exceso, etc.
Además, los actos de amabilidad fortalecen a nuestro sistema inmunológico. Según un estudio, el riesgo de desarrollar diabetes, cáncer y enfermedades del corazón se reduce y mejoran los niveles de anticuerpos necesarios para combatir la enfermedad.
En este punto cabe destacar que la amabilidad protege la salud de nuestros corazones. Algunos expertos defienden que la amabilidad reduce la presión arterial, ya que ser amable crea lo que se ha denominado calor emocional, que a su vez libera una hormona conocida como oxitocina.
La oxitocina provoca la liberación de un químico llamado óxido nítrico, que dilata los vasos sanguíneos. Esto reduce la presión arterial, lo que hace que la oxitocina sea reconocida como una hormona “cardioprotectora”.
La amabilidad es un aliado muy poderoso a la hora de construir relaciones personales y relaciones sociales, tanto en el trabajo como en la vida personal. La amabilidad genuina vence las hostilidades, fomenta el respeto y favorece la comprensión mutua.
La amabilidad reduce la distancia emocional entre dos personas, lo que hace que nos sintamos más “unidos”. Al fin y al cabo, estamos por genética preparados para ello. Nuestros antepasados tuvieron que aprender a cooperar unos con otros.
Piensa que cuanto más fuertes fueran los lazos emocionales dentro de los grupos, mayores eran las posibilidades de supervivencia; así, los genes de bondad se mantuvieron en nuestro código. De esta forma, a día de hoy, cuando somos amables unos con otros, damos paso a esa conexión que nos permite forjar nuevas relaciones o fortalecer las existentes.
Además, en la medida en que la amabilidad transforma el entorno, al ser amables con los demás estamos alimentando un escenario agradable que crea buena disposición para solucionar conflictos, llegar a acuerdos y tener experiencias agradables.
Cuando somos amables, especialmente si lo convertimos en una costumbre siendo jóvenes, todo mejora: desde la satisfacción de la vida a la auto-realización y la salud física. La amabilidad es contagiosa, por lo que siendo amables ayudamos también a mejorar la vida de los demás y, por extensión, contribuimos a que los demás mejoren la nuestra.
Incluso en momentos difíciles, sé amable con los demás, pero sobre todo sé amable contigo mismo. Es un gesto simple, pero que marca la diferencia. Trata bien a los demás y ellos te tratarán bien. Trátame bien y podrás esperar lo mismo de los demás.
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