Dentro de las etapas psicosociales que involucran al niño durante las primeras fases de su vida, es inevitable experimentar la etapa de celos de nuestro hijo en su quinto año de vida.
Durante los años previos, el foco de atención del núcleo familiar, y de las vertientes externas de dicho núcleo (abuelos, tíos, primos, etc.), es el niño, el indiscutible protagonista, la estrella de la función. Es en esta edad, que coincide con la etapa fálica de su desarrollo psicosexual, cuando pueden aparecer dos problemas que marcarán, tanto esta edad como la adolescencia e, incluso, pueden desembocar en problemas durante la adultez.
El complejo de Caín es un término empleado en psicología para designar a aquellos hermanos mayores que han sido desplazados, dejando de ser el foco de atención, a favor de un hermano menor. Sumado al complejo de Edipo que se arrastra en los años anteriores, puede suponer un quebradero de cabeza para los padres, que se enfrentan con una situación irresoluble si no se cuenta con la información adecuada.
Para esta mente primigenia que tiene el niño de cinco años, no existe rey capaz de rivalizar con él en el trono que posee. Ya sea amando a la madre, al padre o a ambos, es dueño y señor de su realidad. Sin embargo, hay un momento en que los padres comienzan a dejar de solicitar las atenciones y/o ayuda del hijo mayor, en pro de centralizar su atención en el futuro hijo menor. Dicho momento se acentúa en las semanas previas al momento en que llegue el bebé e, incluso, se agrava aún más cuando nace ese nuevo miembro familiar, pues el bebé requiere de una atención y un cuidado especiales.
El cariño, los momentos especiales, la ternura, el maravillarse por las perfecciones y el aspecto del niño nuevo; todo ello forma un problema para el hijo mayor de cinco años, que no ha sido preparado para este cambio en su vida.
Mientras los padres (y todo el grueso familiar cercano a la familia) se desviven por el nuevo miembro, el hijo mayor experimenta ese desasosiego de quien lo tuvo todo y, sin saber cómo, fue despojado de sus riquezas emocionales.
Coinciden el sentimiento de desamor y rechazo por sus progenitores, al mismo tiempo que un deje de hostilidad hacia el recién nacido, ya sea mostrando indiferencia o denigrándolo. Todo esto se agrava si los padres lo alejan del núcleo familiar, reincidiendo en confiar su cuidado a otras personas (no importa lo cercanas a la familia que sean).
El hijo mayor debe ser doblemente querido, cuidado y protegido, internándolo desde antes del nacimiento en la posibilidad de dividir el amor paterno y materno en dos personas. Si no se recurre a esta opción, puede haber una regresión del desarrollo del niño y que comience a ‘hacer el bebé’, tratando de recuperar la atención de sus padres al comportarse como el recién nacido.
De nada sirve recurrir a castigos, pues esto sólo aumentará su ansiedad y sus temores. Tenemos que estar preparados para incluir al hijo mayor en el cuidado del bebé (sin caer en una verdadera responsabilidad), valorando su actitud e inmiscuyéndolo en todo lo referente a la criatura.
Lo mejor para el niño sería esperar a que tuviera su personalidad desarrollada y que haya resuelto su problema de Edipo. En ese caso, en el que tiene presente sentimientos igualitarios y agradables hacia sus dos progenitores, logrará tener también sentimientos positivos hacia su hermano menor.
Fuente: EL BLOG INFANTIL.
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