Casi siempre, más de lo que podemos obtener.
Cuando me mudé sola experimenté, como todo joven que acaba de independizarse, un gran alivio de aflojar los lazos con papá y mamá. Así estuve hasta que mi hijo nació, en el 2006. Después de los primeros meses de disfrutar de esa nueva intimidad de pequeña familia, empecé a sentir que mamá vivía demasiado lejos.
Los recuerdos de nuestros bebés
Los 80 kilómetros que separan mi casa de la de mis padres se me hicieron larguísimos, sobre todo en los primeros años, con Vito chiquito. Me costó no contar con ellos cerca para que lo cuidasen de vez en cuando, en situaciones de último momento o para compartir tardes y paseos. Para qué mentir: en esa situación volví a sentir que, como cuando era niña, de mi mamá esperaba todo. Como madre, ansiaba volver a ser su hija.
Los años pasan, los hijos crecen y una va entendiendo, como puede, que de eso se trata la madurez. Que los padres son los padres y que los abuelos ya lo han sido. En mi caso, criaron cuatro hijas, así que estoy segura de que ellos necesitan vivir su vejez a distancia de los pormenores diarios de la crianza de sus nietos.
Es fácil entenderlo pero difícil digerirlo. Nos hemos escuchado mutuamente como hermanas reclamar el amor materno de formas sutiles, y otras veces no tanto. Nos criamos entre mujeres, abuelas y tías y es difícil volver a armar esa trama de confianza para nosotras lejos del hogar materno.
Yo voy entendiendo que esta etapa, para ellos, es la de una nueva libertad que están conquistando, con nuevas armas y en nuevos escenarios. Que lo poco que pueda parecernos que nos dan es suficiente para nosotras y sus nietos. Yo, al menos, aprendí a valorar y disfrutar esos pocos momentos donde hay conexión verdadera entre Vito y sus abuelos, dure lo que dure y en la situación que fuera.
Voy entendiendo que hay otras formas de conectarnos en este mundo complejo y que ellos también tuvieron que aprender a buscar un equilibrio en su nuevo rol de abuelos. Que el amor tan inmenso que siguen sintiendo por nosotras también se transforma.
Sí, veo todo el tiempo abuelas cuidar o pasear nietos en el día a día. Y me da mucha envidia (¿de la sana, la llaman?). Pero también veo abuelas cansadas de volver a ser madres. Y escucho mujeres de mi edad decir que las abuelas no están para eso, cuando ellas mismas han acudido a sus madres para el cuidado diario de sus niños.
Como otros temas de crianza de los que hablamos acá, creo que este es uno de esos en los que abundan los desacuerdos, las suposiciones y lo no dicho. Creo que muchas apelaron a sus madres por desesperación y sin capacidad de nombrar esa necesidad de ayuda. Que muchas abuelas no supieron decir que no. Que como sociedad no supimos cómo manejar esta época bisagra entre madres que criaban y madres que hoy crían y trabajan fuera de casa.
Este tema está en nuestras conversaciones, está vivito y coleando en nuestras vidas familiares. ¿Cuántas mujeres maduras están recuperando o formando una nueva identidad luego de haberse dedicado solo a los hijos? ¿Cuántas de nosotras, hoy madres, maduramos en la ingenuidad de creer que compatibilizar trabajo y familia iba a ser fácil?
¿Ser abuelos es dar tiempo? O es el objetivo de la “abuelidad”, como dice Laura Gutman, “la función de transmitir los secretos de la maternidad a las mujeres más jóvenes, ofreciendo nuestro conocimiento acerca del mundo interior, ya que ahora no necesitamos alimentar al niño, sino que superamos ese rol nutriendo espiritualmente a la comunidad de mujeres que devienen madres” .
“Establecer el límite de las responsabilidades del abuelo no es una tarea fácil” ante los recientes cambios sociales y demográficos, afirman dos psicólogas de la universidad de San Pablo en este artículo sobre la relación abuelos-nietos. También se debaten roles en esta nota.
Creo que es más simple de lo que creemos: volver a creer en la comunicación y generar nuevos acuerdos donde padres, hijos y nietos obtengamos lo mejor de nosotros en beneficio de todos.
Fuente: DISNEY BABBLE.
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