Mi compromiso con la vida: superar el dolor y ser feliz

Cuida de tú flujo de energía.

“El dolor existe”. Esta sencilla frase que resume en gran parte el mayor descubrimiento que hiciera hace más de dos mil años Siddhartha Gautama, el último Buda, nos permite adentrarnos un paso más en el camino hacia la meta de evolución que deberíamos tener visualizada dentro del gran Plan Divino trazado para la humanidad, así solo sean unos pocos los visionarios que se atreven a pensar en este camino, a descubrirlo y aceptarlo y, más aun, aunque de esos pocos, solo unos cuantos tengan la valentía y la sabiduría necesarias para seguirlo.

En las siguientes líneas expondremos de manera sencilla, con ejemplos prácticos y desde varias disciplinas las causas que hacen surgir el dolor y nos impelen a sufrir y, por supuesto, comentaremos algunas formas de detener el sufrimiento, acudiendo para ello a las enseñanzas contenidas en algunas religiones, a las experiencias cotidianas, a la filosofía y apelando al eclecticismo que debe caracterizar a una mente inquisidora que ha vislumbrado la Gran Luz al final del túnel.

Pero, ¡atención!: tal como lo expuso el señor Buda, “Mis enseñanzas son solo un medio, una barca que permite alcanzar la otra orilla. Nadie en su sano juicio, seguiría cargando sobre sus hombros la barca una vez que ha cruzado”.

Es muy recomendable tener en cuenta que el nombre que le demos a Dios, al sufrimiento, al dolor, al karma, etc., realmente no importa, es más, carece de relevancia el hecho de creer o no en estos conceptos. Las grandes verdades no están condicionadas por la fe o la creencia en su existencia, ellas están por encima de las apreciaciones o los valores de verdad o falsedad que el individuo les asigne.

En cualquier caso, estas discusiones de orden académico y filológico las dejamos para los eruditos en la lingüística, pues es un hecho que no aportan nada importante al tema central de este libro, como tampoco agregan o menoscaban dichas enseñanzas ancestrales y el profundo efecto que ejercen sobre las personas.

El ser humano es responsable por su propia felicidad, comenta un maestro y amigo filósofo, y no podemos menos que estar de acuerdo con ello; no obstante, lo usual es ver personas infelices, amargadas y ensombrecidas por el peso de su diario vivir.

Las vemos sufriendo y llorando sus penas en medio de un mar de situaciones contradictorias que parecieran restar merito a la vida misma y que nos muestran la existencia como un “valle de lágrimas”. Incluso hay quien se suicida pues no logra mantener el equilibrio necesario para afrontar su existencia. También, a menudo escuchamos decir a nuestros mayores que todo tiempo pasado fue mejor, que el mundo era un lugar más digno y agradable hace muchos años; que los políticos eran menos corruptos y que los precios eran más justos; pero estas frases no sirven de consuelo ante una realidad que para la mayoría se apresta trágica, turbia y en una espiral decadente que parece no tener fondo.

El sufrimiento, ya sea físico o psicológico, visible o soterrado, está presente en casi la totalidad de las personas y lugares, y aun así, pocas veces nos detenemos a pensar un instante en él, y cuando lo hacemos, preferimos callar, opacando con nuestro silencio cómplice, esa posibilidad de crecimiento y desarrollo que implicaría la confrontación de nuestro sufrimiento, claro que otras veces optamos por engañarnos a nosotros mismos mediante la adquisición compulsiva de objetos materiales que terminan luego en el cuarto de la basura.

Toda sensación, emoción, pensamiento, situación, dolor o sufrimiento tiene un comienzo y, por ende, un final. El deseo de degustar una deliciosa cena aparentemente termina cuando hemos dado buena cuenta del contenido de los platos. Todos los deseos tienen dos características: son pasajeros y no tienen un final claramente definido. Después de saciado un deseo, la mente nos presenta otro, y luego otro más. Así es como se genera sufrimiento mediante la aceptación del deseo incontrolado.

Claro que cuando nos detenemos a analizar a consciencia el deseo como causa de sufrimiento, encontramos que disponemos de unas herramientas mediante las cuales podemos eliminar dicha causa. Estas herramientas han sido utilizadas desde tiempos inmemorables y están propuestas y desarrolladas en diferentes libros de sabiduría al interior de la filosofía, las religiones y las escuelas de pensamiento. Nos compete, en consecuencia, realizar el esfuerzo de acceder y comprender dichas enseñanzas para ponerlas en práctica en nuestra vida cotidiana.

Llegado a este punto, permítame sugerir una clave que nos ayuda en la elección de las herramientas de mejoramiento y la selección del camino a seguir. El deseo, así como la fe ciega, fueron importantes cuando el desarrollo espiritual humano era aún incipiente y por lo tanto, la posibilidad de acceder al conocimiento real y verdadero estaba muy limitada.

Hoy en día, la humanidad en su conjunto ha avanzado bastante en el “Camino hacia el Templo” y eso ha posibilitado que las puertas se abran para quien a ellas llama, habiéndose previamente hecho merecedor de semejante premio. Toda escuela de pensamiento, sistema filosófico, religioso o similar que no permita e incite el acceso libre a la práctica –y por ende a la comprobación– mediante un método coherente, creciente y sencillo, puede y debe ser cuidadosamente valorado en términos de carecer total o parcialmente de la verdad. Incluso en ellas y sobre todo en ellas, encontramos sufrimiento y dolor.

“El dolor existe”, si, pero, ¿Cuál es su propósito?, ¿Cuáles son sus causas?, y, lo que es más importante, ¿Cómo identificarlas y eliminarlas? Grandes Maestros como Sidharta Gautma conocido como El Buda o Jesús el Cristo realizaron todo este trabajo de análisis, síntesis y enseñanza contenida en sus doctrinas (El Camino Medio, Los diez mandamientos o los textos sagrados de cada religión, por ejemplo).

De manera diferente, pero con los mismos resultados, lo hicieron otros avatares como Mahoma o Zoroastro, por tanto, no importa cual nombre le demos tanto al “Hacedor del Día” como a los elementos que integran sus doctrinas. ¿Es necesario insistir en que el nombre no es importante? Lo grandioso es comprender que al aplicar las enseñanzas profundas se logra eliminar el sufrimiento y el dolor de nuestras vidas, dejando como resultado un mar de paz y de calma que nos permite ver que todo está perfectamente diseñado para ser felices y cumplir la misión que hemos venido a desarrollar.

Con todo ello, hemos de advertir que esta comprensión o apertura de la consciencia, ante todo nos exige responsabilizarnos por nuestro propio destino en relación con el progreso y evolución de la humanidad y la expansión constante y consciente del universo.

¿Qué es el dolor?, ¿Qué es el sufrimiento? ¿Por qué sufrimos? Las respuestas a estas preguntas se irán encontrando diseminadas a lo largo de estas páginas, de la misma manera en como las hallamos también a medida que avanzamos por la existencia, si lo hacemos de forma consciente y con suficiente atención y discernimiento.

No obstante, podemos adelantar una respuesta: Las causas del dolor y el sufrimiento tienen como base la ignorancia (en todas sus dimensiones) y, por ende, la forma de eliminarlas es eliminándola. ¡No existe otra posibilidad! El dolor es la expresión del sufrimiento, él acude a anunciarnos que “algo no anda bien” en nuestro cuerpo o en nuestra mente; en tal sentido, el dolor pasa a ser una consecuencia de una situación que no está de acuerdo con el bien, lo correcto, lo que debe ser. Empero, el sufrimiento tiene otras formas de manifestación además del dolor, por ejemplo, la infelicidad, el llanto, la frustración, el rencor, los celos, la envidia, el odio, la insatisfacción, entre otros, son evidencias de sufrimiento que debemos combatir y eliminar.

Tanto hemos sufrido y padecido que el dolor y el sufrimiento afloran como condiciones necesarias y naturales al ser humano, pero no es así. Durante todo el proceso evolutivo de la especie humana han estado presentes en mayor o menor grado; se han manifestado en casi todas las circunstancias importantes de la persona y, sin embargo, no debería ser de este modo. La condición humana no es sufrir, aunque –en términos de polaridad– tampoco es ser feliz, necesariamente.

Digamos que la felicidad no es la condición que identifica a un ser humano en tanto ser humano, y no obstante, es un paso previo al llamado estado del Samadhi, o plenitud de consciencia. ¿Qué sucedería si no existiera, por ejemplo, el dolor? Seguramente moriríamos muy jóvenes en la medida en que el instinto de supervivencia se vería tremendamente afectado por esta carencia. Meteríamos las manos en agua caliente pero al no haber dolor físico, el cerebro no enviaría la orden de retirarlas. El dolor, en consecuencia, cumple una función importante, tanto como el miedo, el pánico o el terror. El problema no es su existencia, sino su ignorancia. Pero, sigamos esta línea de pensamiento y después de esta necesaria contextualización, abordemos el tema central.

El dolor y el sufrimiento

Generalmente, el dolor suele estar asociado a malfuncionamientos de los órganos físicos, no obstante, existen dolores físicos causados por disfunciones psicológicas, lo cual supone que el sufrimiento tiene también causas asociadas más allá del mero cuerpo físico, situación que ha analizado, estudiado y comprendido la Teosofía desde hace más de un siglo.

Un ejemplo de este tipo de sufrimiento lo encontramos cuando fallece un ser querido; en ese momento sentimos un fuerte dolor que no podemos físicamente ubicarlo, pero que hace brotar nuestras lágrimas. Otro ejemplo de este tipo de sufrimiento es aquel que experimentamos cuando nos alejamos temporalmente de nuestros seres queridos, es allí cuando los aeropuertos y estaciones de trenes y de buses se transforman en lugares de dolor. El agobio que sentimos cuando nos invade la soledad, nos abate la tristeza y nos desconcierta la depresión son expresiones psicosomáticas de sufrimiento cuya causa ignoramos o nos negamos a encontrar y corregir.

Como causas comunes y fácilmente identificables para el dolor y el sufrimiento, se pueden citar muchas, no obstante, les propongo un análisis sobre las siguientes:

Los deseos incontrolados.
Los apegos malsanos.
La falsa identidad.
Las causas anteriores.
La ignorancia en general.

En los proximos post haremos un sencillo recorrido por estos cinco elementos, acercándonos a la forma en como ellos nos causan sufrimiento, ya sea porque ignoramos su existencia o bien porque nos negamos a afrontar la verdad y preferimos vivir en un engaño para poder ser parte del mundo social que hemos creado y fuera del cual creemos no existir.

Fuente: CIUDAD VIRTUAL DE LA GRAN HERMANDAD BLANCA.

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