Nos apuramos porque llegamos tarde, porque la comida no está lista, porque es de noche, porque empezamos el día, porque con mucho esfuerzo acabamos una actividad y no alcanzamos a la siguiente. Nuestros hijos nos ven siempre apurados, y nos ven cansados luego de terminar el día. No hablamos de ser padres perfectos, ese ideal que está en el imaginario, y a veces nos tortura.
Se trata de estar atentos para captar esos momentos trascendentales y no dejarlos ir, no pasarlos por arriba, justo ahí, cuando están pidiéndonos ayuda en algo, o que los miremos realmente; cuando nos dicen “ven mira… (acá estoy)”, y nosotros corremos tras algo, para rendir nuestra vida ¿a quién?; ahí estas dejando ir “el instante necesario”.
A menudo, nos ocupamos de llegar a quienes no les importamos realmente, y a quienes les importamos profundamente, no le damos el tiempo, ese momento de calidad que están necesitando. Cuando se trata de leerles un cuento, de acompañarlos a dormir, de bañarlos, de cenar juntos, de hacer una tarea en conjunto, estamos apurados siempre. La humanidad está afectada por el virus del apuro, y se lo contagiamos a los niños. Y luego, lo ilógico, la sociedad enferma los quiere curar, de lo que seguirán contagiándolos día a día.
Tenemos tiempo para todo, no digamos que es falta de tiempo; ¿sabes qué es? Es miedo, falta de costumbre, incomodidad ante la intimidad y quietud. Es extraño estar en ese pequeño, pero profundo e insondable momento de mirar a tu hijo a los ojos y encontrarte con todo, en la nada.
Sin pensar que hay algo que estas dejando, solo vivir ese instante, que cura, que alivia, alegra, y que tanto necesitas tú y tu hijo. Es estar sin nada en tus manos, ni en tu mente, dispuesto a no perderte lo importante. Sin que esto signifique dejar de trabajar, hacer la comida, ordenar la casa, responder a tus responsabilidades. No necesitamos más horas, no es cuantitativo, es cualitativo, es de calidad.
Basta de estar apurados. Esto dijo una vez Carl Honoré, periodista canadiense que publicó dos libros al respecto “Elogio a la lentitud” y “Bajo presión”. Carl se reconoce como ex adicto a la velocidad: “Cuando cada noche le leía un cuento a mi hijo, me salteaba líneas, párrafos, e incluso páginas, en un intento de acortar un poco la historia”. Un día descubrió el libro “Cuentos en un minuto para dormir”, y su entusiasmo por contar un cuento en 60 segundos a su hijo, lo despertó! “De pronto me paré “hasta dónde había llegado”…
Carl Hanoré es ahora el gran defensor del movimiento “slow”, que intenta recuperar la calma perdida de la sociedad actual. Describe este movimiento como “una revolución cultural”. Carl reconoce que el cambio que propone, y que él mismo inicio en su vida, lo hizo más feliz, productivo, con relaciones humanas más profundas, y obviamente, los cuentos que le lee a su hijo, tienen todas las palabras y páginas.
Los niños están ansiosos, nerviosos, acelerados ¿Cómo estamos nosotros? Nos piden que les enseñemos a darle importancia a la quietud; que, por favor, aprovechemos esos momentos que dejan huellas en el alma, memoria de amor y dedicación en sus recuerdos.
Si estas apurado, anda despacio, si estas apurado lleva tu a hijo a la plaza, léele un cuento o ponte a jugar; si se hace tarde, peina a tu hijo como si nada más importara. Si no llegas, pregúntate a qué no estas llegando, o más bien, a quién…
Fuente: CONSEJOS DEL CONEJO
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