Nos duele cuando nuestros hijos están tristes. ¡”Niños fantásticos adorados! ¡Ustedes se merecen toda la alegría, toda la felicidad! ¡Que se vaya el dolor, la tristeza, la ansiedad y el miedo”.
Yo creo que es bastante natural que los padres piensen de esta manera. ¡Porque amamos a nuestros hijos! Pero cuando tratamos de ajustar la realidad para que sea como queramos – libre de dolor y tristeza, libre de preocupación y miedo para los niños – entonces creo que no les estamos haciendo un favor. Yo creo que los niños (y los adultos también) se sienten bien de sentir todo tipo de emociones.
Más que cualquier otra, mi hija me ha enseñado a entender que todos los sentimientos son importantes y valiosos. Lo que ahora voy a contar es doloroso y vulnerable para mí. Creo y espero que mi historia inspiré y le de esperanza a los lectores.
Mi hija tenía cuatro años cuando empezó la guardería. Hasta entonces, había estado en casa conmigo. El primer mes en la guardería todo era nuevo y emocionante. Mi niña se iba con alegría y esperanza, se despedía sin ningún problema y se iba corriendo donde los otros niños.
Después de un mes todo cambió. Mi hija ya no pensaba que la guardería era tan interesante. Ella se ponía triste cuando la dejaba. Primero lloraba en silencio mientras me acercaba a la salida y luego lloraba desesperadamente. Corría y se pegaba de mis piernas.
De esta forma era cada mañana que la dejaba en la guardería. Cada mañana, sin excepción, por un poco más de un año.
Y cada mañana, sin excepción, por un poco más de un año, las amables profesoras hacían todo lo posible para tratar de animar a mi niña.
– ¡Vamos a ver si Amanda ha llegado! Tú la quieres a ella!
– ¡Si quieres me puedes ayudar a preparar el desayuno!
– ¡Qué trenzas tan lindas las que tienes hoy!
Y cada mañana, sin excepción, por un poco más de un año me esforcé
a tratar de entender los sentimientos que suponía que habían detrás de las lágrimas. Pues yo había ido a mi propio curso y sabía como sonaba cuando uno reconoce los sentimientos de los niños.
– ¿Cariño, estás triste?
– ¿Tienes un día pesado hoy?
– ¿Me extrañas cuando no estamos juntos, es eso?
El problema, que lo puedo entender ahora después de todo, era que
ni yo ni las super profesoras de la guardería respetaban los sentimientos de mi niña. Queríamos de todo corazón que ella no estuviera triste y que con pura alegría y entusiasmo se fuera corriendo donde los otros niños en la guardería. Secretamente hasta yo deseaba que no se le aguaran los ojos al sólo escuchar la palabra guardería, como había escuchado que le pasaba a otros niño.
Así que una mañana me llegó un pensamiento y le pregunté a mi hija:
– ¿Es que quieres estar triste cuando te dejo en la guardería?
– Sí, porque tú me haces falta mamá.
– ¿Te gustaría que no te hiciera falta?
– No, yo quiero que me hagas falta cuando no estamos juntas.
Y luego añadió:
– El problema es que no me dejan estar triste en paz en la guardería.
Su respuesta cambió algo en mí. De repente no era importante para mí que ella estuviera feliz cuando la dejara en la guardería. Yo quería que ella pudiera tener su tristeza. Pues yo también estaba un poco triste cuando nos separábamos.
Yo hablé con las profesoras del tema y de como ella lo quería tener cuando estaba triste en la guardería. Ella contó que quería estar en una silla especial, en un cuarto especial, donde podía estar sola. Ella quería tener lápices y papeles para poder pintar cuando estaba triste. Y obviamente así lo tuvo.
Unos días después, por la primera vez en un poco más de un año, no dejé a una niña de 5 años llorando ríos. Dejé a una niña con una tristeza tranquila.
Unos días después sólo recibí un leve beso en la mejilla antes que saliera corriendo con una sonrisa donde los otros niños.
Esa tarde cuando nos estábamos yendo de la guardería a la casa dijo espontáneamente:
– Hoy no me puse triste cuando me dejaste, mamá. Me he dado cuenta que me puedes hacer falta pero a la vez puedo estar contenta al mismo tiempo.
Yo creo que cuando por fin, después de más de un año, respetó su tristeza y su morriña, también podía ponerse en contacto con sus otros sentimientos. Pero mientras que, tanto yo como sus profesores, no la dejábamos en paz con su sentimiento tampoco podía acabar con el.
Para mí toda esta historia fue una enseñanza muy importante. Yo comprendí de verdad por primera vez, que no hay sentimientos que son “buenos” y sentimientos que son “malos”. Todos los sentimientos son igual de importantes y necesitan el mismo respeto. Es sólo cuando le permitimos a los niños que sientan todos los sentimientos que también están libres de sentir la verdadera alegría.
Fuente: NEWSNER.COM
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