El Manejo de las Emociones con los Niños y Jóvenes de Ahora

niños

Los Niños de Ahora son más exigentes.

Si bien los retos específicos de cada madre/padre con sus hijos son distintos (y cambian conforme crecen, ¿o no?), gran parte de nuestra tarea gira en torno a cómo manejar de la mejor manera el intenso mundo de las emociones que viven y mueven a nuestros niños. Nuestros hijos desarrollan habilidades para reconocer, entender y manejar sus emociones en gran medida a partir de cómo nosotros reconocemos y respondemos ante lo que ellos expresan. Cuando los niños aprenden a manejar sus emociones, también se vuelven más capaces de manejar su comportamiento.

Tanto los padres como los adultos que les cuidan pueden brindar apoyo y guía invaluables para su desarrollo emocional. Si como padres cultivamos una relación sana y consciente con nuestras propias emociones, nos será más posible, aunque no siempre sea fácil, guiar de manera amorosa, serena y segura a nuestros maravillosos niños de ahora.

Aquí detallamos algunos puntos importantes sobre cómo brindar apoyo y fomentar el desarrollo emocional óptimo en nuestros niños: 1. Valida la experiencia emocional del niño. Escucha a tu hijo y reconoce sus emociones. Ve más allá del asunto que describe. ¿Cuál es la necesidad real que está expresando? Si tú lo entiendes, será más fácil que lo acompañes a que él pueda entender qué le pasa, qué está sintiendo y por qué lo siente. Este tipo de apoyo le ayudará a manejar sus emociones. Cuando tu hijo no comunica lo que siente pero notas que le está pasando algo, puedes preguntarle: “Te veo triste… ¿quieres hablar?” “Suenas enojado, cuéntame ¿qué pasó?” Sentirá tu empatía y tu sensibilidad, y si está listo para hablar lo hará. Hacer esto requiere de mucha sensibilidad, respeto y sobre todo autoconocimiento. Validar su experiencia no es estar encima del niño cada vez que siente algo. Es dejarle sentir que estás presente para cuidarlo y darle el apoyo que necesita. Esto le dará seguridad, ya que sabrá que puede contar contigo para ayudarle a entender lo que siente, que muchas veces puede ser confuso y frustrante.

En la adolescencia las emociones son todo un tema. Sírvase decir que las emociones son válidas siempre; lo que no siempre es válido es lo que hacemos a partir de que sentimos alguna emoción. Si le acompañamos al joven a comprender lo que está sintiendo y por qué lo está sintiendo, probablemente pueda modificar alguna conducta inaceptable que esté manifestando. 2. Usa las emociones como oportunidad para conectar, aprender y enseñar El momento en que un niño expresa sus sentimientos es una ventana maravillosa hacia su mundo interno – ¡y también hacia el tuyo! Tienes la oportunidad de verte ante ese espejo que es tu hijo, que te recuerda cómo fuiste antes de tener miedo a expresarte o a ser juzgado, en aquel tiempo cuando eras mucho más libre y espontáneo… ¿te acuerdas todavía? Si no lo recuerdas, ¿qué le pasó a tu niño(a)? ¿Cómo fue recibida tu espontaneidad y tu chispa de vida por el mundo adulto? Porque, y esto es muy importante, en la inmensa mayoría de los casos nos convertimos en lo que nos hicieron cuando fuimos niños. Así como te trataron, así tratas tú hoy, aunque te choque.

Como padres, primero necesitamos aprender a conectar con nuestras emociones y aprender a manejarlas. De otra manera podemos intentar aconsejar a nuestros hijos, decirles qué hacer y cómo hacerlo, pero lo que van a modelar es nuestro ejemplo. Sus patrones de respuesta emocional serán muy parecidos a los nuestros (en ocasiones adoptan el patrón opuesto, pero no nos queremos extender demasiado…) Por eso la paternidad es la gran oportunidad para aprender sobre nosotros mismos y transformar eso que ya no queremos. Y el amor inmenso que sentimos por nuestros hijos, nos impulsa hacia esa transformación que tanto necesitamos y anhelamos… aunque nos dé miedo. 3. Enfoca su energía emocional hacia la resolución del problema En muchas situaciones nuestras emociones surgen para empoderarnos para crear una respuesta o una solución ante la situación que enfrentamos. También es así en los niños, de hecho con mayor frecuencia. ¿Has visto a un pequeño “defendiendo” a su juguete, el cochecito o la muñeca que le quieren quitar porque “tiene que lavarse las manos” o porque “lo tiene que compartir”? Para el adulto esto puede no tener importancia, pero para el niño se trata de seguir su impulso de vida, y esta es su necesidad más importante. Para poder ayudar al niño a resolver su situación, primero necesitamos entenderla. Por ejemplo: dos niños de 4 años se pelean por un juguete, tu hijo y el del vecino. Quizás lo que le quieres enseñar a tu hijo es que “tienes que aprender a compartir”, porque si no lo hace será un egoísta toda la vida. Pero él está haciendo suya la experiencia de ese juguete. No podrá compartirlo sanamente hasta haber completado su exploración; una vez termine soltará el juguete y pasará a su siguiente experiencia. Forzarlo antes de tiempo sólo genera una sensación de confusión, rabia e impotencia que se convierte en el muy conocido “berrinche”. ¡Claro! Está reafirmando la validez de su necesidad. No está siendo “mal educado”. ¿Será que habrá otro juguete que pueda compartir, y no el que está usando en ese momento? ¿Habrá otra cosa que esté en proceso de explorar, que puedas ayudarle a sustituir con menos frustración? ¿Cómo le ayudas a reconocer la necesidad de su amigo sin invalidar la suya? Eso es ayudarle a ver el problema y resolverlo sintiéndose bien consigo mismo y con su entorno. Para ayudarle a enfocar su energía emocional, necesitamos ver hacia dónde está dirigida su atención y cuál es su necesidad en ese momento. ¿Es explorar, retar sus límites físicos, quizás necesita seguridad (y por eso te busca insistentemente), o socializar… En especial cuando hablamos de niños pequeños, como adultos nosotros proveemos el contexto para que puedan cubrir sus necesidades de manera segura. Con adolescentes el tema es un poco más complejo, pero el proceso se basa en los mismos principios. – Ya sabemos que lo quieres rescatar, pero esa es tú necesidad, no la suya. – Cuando le pides que deje de tocar la guitarra o de hablar por teléfono y que se ponga a estudiar, claro que esto calmaría tu ansiedad de que no le vaya bien en los exámenes (y por lo tanto, en la vida). Por supuesto que es importante para su futuro.

La pregunta importante (que tantas veces pasamos por alto): ¿qué le está haciendo falta, además de calificaciones aceptables? ¿Hacer más de lo que ama? ¿Orientación – saber qué es lo que le encantaría hacer? ¿Sentirse más seguro? Una vez más, ayúdale a reconocer su necesidad real. Entonces podrá enfocar su energía, con tu apoyo, en crear una solución. ¡Y verás como regresa ese brillo de entusiasmo! 4. Aprende a marcar límites Los límites tienen dos funciones: proteger y brindar seguridad, e indicar qué es apropiado y qué no en cuanto al comportamiento, especialmente en las relaciones. ¡Este es todo un tema! Se dice mucho sobre límites, y hay cualquier cantidad de libros al respecto. Dedicaremos una entrada del blog más adelante a este tema tan platicado. Te compartimos dos puntos importantes, poco mencionados y poco comprendidos en el manejo de límites: Procura, de ser posible (no siempre lo es), encontrar un “sí” para cada “no”. Ejemplo: “No puedes salir a correr a la calle, pero en una hora iremos al parque.” (Necesidad: expandir su energía, retar los límites de su cuerpo.)Ejemplo: “Estos dulces no son buenos para ti. ¿Quieres cocinar un postre conmigo en casa?” (Necesidad: comer algo dulce. Problema: gratificación instantánea y adictiva, sin valor nutritivo. Solución: fortalecer el vínculo, involucrar su energía en crear lo que desea.) Establece un ritmo. Hay un tiempo y un espacio para cada cosa. De la misma manera en que existe el día y la noche, el ritmo de tu hijo debe contener espacios para la acción y para la calma.

El ritmo se establece dependiendo de la edad y las necesidades específicas de la etapa en la que está cada niño. No por ser adolescente ya no existe ritmo, ¡al contrario! El ritmo apoya a que los niños o jóvenes se sientan contenidos y seguros. Saben con qué contar. Cuando el ritmo de cada día está muy bien establecido, deja de ser necesario marcar límites constantemente o perseguirlos como “policía”.Para establecer un buen ritmo, necesitas primero adoptarlo tú. Qué evitar hacer con las emociones de tus niños: 1. No invalides sus emociones. No le digas que no sienta lo que siente: “No te enojes/asustes/llores…” Esto le envía un mensaje muy negativo al niño. Le estás diciendo que sus emociones están mal, y que él está mal por tenerlas y sentirlas. Es la mejor manera de volverlos insensibles emocionalmente. Eventualmente sus emociones brotarán, probablemente en la adolescencia, y no será bonito. Tampoco bromees sobre sus emociones, o le hagas sentir ridículo o culpable. “¿Ay, vas a llorar por eso?”, “no seas gallina”, “qué fea te ves así”, “así no te quiero”, etc. Esto mina su confianza en sí mismo. En lugar de “fortalecerlo”, estás logrando que se desconecte de sus emociones. Este es el camino hacia la neurosis – la desconexión con quién realmente soy. 2. No le mientas para evitar su reacción emocional. Decirle cosas como “No va a pasar nada”, cuando sabes que sí, causará una reacción todavía mayor. Peor aún, ¿cómo va a confiar en ti la próxima vez? Es muy importante comunicarle la verdad a tu hijo en la forma en que mejor la pueda entender, aún cuando se trata de una situación difícil. 3. No lo ignores Algunos padres lo hacen con la esperanza de que “ya se le pasará” o “va a dejar de hacerlo”. Esto le comunica al niño que sus emociones no son importantes, y a la larga impactará negativamente en su manejo de las mismas. Aprender a manejar efectivamente nuestras emociones es un trabajo de vida. No hay una materia para desarrollar la Inteligencia Emocional (¿alguien recibió una calificación en esa materia?), y además es algo que se aprende principalmente en casa. Mamá, papá, es tu responsabilidad.

Puedes aprender a usar las emociones como el combustible que te impulsa y llena de riqueza tu vida, y transmitir esto a tus hijos. O ser víctima de un vaivén emocional turbulento, como el que aprendemos a apreciar en las telenovelas (¡qué horror!). La vida puede ser una experiencia mágica. O un infierno. Dependerá en gran medida de en dónde vivas emocionalmente.

Fuente: NIÑOS DE AHORA.

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