Te mereces el amor que siempre das a los demás, el mismo afecto sincero, desinteresado y auténtico. Sin embargo, aquello que ofrecemos no siempre nos es devuelto del mismo modo, con la misma intensidad y calidad. La vida no es un boomerang, lo que das no siempre vuelve, pero aún así, rara vez nos rendimos en nuestro afán por ofrecer lo mejor.
A la mayoría de nosotros nos han dicho en algún momento aquello de que para atraer a alguien hay que hacer cosas “buenas” por esa persona. Es entonces cuando iniciamos toda esa dinámica orlada por los más variados detalles, favores, preferencias, regalos, halagos… Sabemos que el afecto se gana con atención, pero en ocasiones no sabemos medir los límites.
Y no hablamos solo del proceso del cortejo. El mundo está lleno de dadores sin fronteras, de perfiles que no son conscientes del coste irreparable de ofrecer el alma entera sin recibir nada a cambio. Son personas que se comprometen en los demás en cada fragmento de su ser, pensando que esa inversión no solo vale la pena: vale la vida. Sin embargo, en materia afectiva, los sacrificios extremos no siempre son buenos. Dejan secuelas y atentan seriamente a nuestra integridad psíquica y emocional.
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