Las buenas conversaciones construyen espacios seguros. Son refugios emocionales donde intercambiar información enriquecedora, afianzar la confianza y aliviar el estrés a través de refuerzos positivos. Es más, sabemos incluso que biológicamente estas charlas con personas conocidas o desconocidas actúan en nuestro cerebro como un poderoso sistema de recompensa y bienestar.
Una charla dinámica, estimulante y productiva entre dos o más personas actúa como una verdadera alquimia para los mecanismos neuronales. Nosotros apenas nos damos cuenta, sin embargo, con cada información recibida se enciende el motor de la empatía y se activan los circuitos de la dopamina y serotonina para regalarnos una grata sensación de bienestar y motivación.
La mayoría hemos experimentado en numerosas ocasiones esa maravillosa inyección de energía positiva. Así, y aunque en nuestro día a día conversemos con múltiples personas sobre las más diversas cosas, en realidad los diálogos gratificantes no se dan con tanta frecuencia.
De hecho, si hay algo que la mayoría sabemos es que no todo el mundo sabe mantener buenas conversaciones. Truman Capote, por ejemplo, solía decir que una conversación es por encima de todo un diálogo, nunca un monólogo. Por eso, suelen darse con tan poca frecuencia este tipo de charlas, por la escasez de personas inteligentes.
No obstante, deberíamos matizar algo a esta reflexión. No es la falta de inteligencia lo que limita la calidad de los buenos diálogos, es la falta de competencia emocional. De ahí, que a día de hoy esté ganando cada vez más terreno el campo de la inteligencia conversacional, porque en ella, confluyen dimensiones tan básicas como la empatía, las habilidades sociales, el buen juicio, la confianza, la integridad…
Conversar es algo más que un proceso comunicativo para intercambiar información. Es un acto más profundo y enriquecedor. Al fin y al cabo, los diálogos, entendidos como ese espacio donde dos o más individuos interaccionan, es algo que también se da en el mundo animal.
Cuando conversamos con alguien solo pueden pasar dos cosas: o estamos cómodos o no lo estamos. No importa si es una persona conocida o un desconocido. Todos tenemos compañeros de trabajo o familiares con los que nunca nos terminamos de encontrar a gusto mientras hablamos con ellos.
Otras veces, iniciamos de pronto buenas conversaciones con alguien que acabamos de conocer, alguien con quien experimentamos afinidad y que no solo nos aporta información interesante. Además, nos confieren una súbita sensación de confianza y comodidad. En estos casos, se abre paso ese universo emocional donde se erigen los vínculos de mayor calidad interpersonal.
Así, y en la medida de lo posible, sería recomendable que propiciáramos ese tipo de situaciones. Trabajos como los publicados por el doctor Matthias Mehl, en revistas especializadas como Psychological Science, nos recuerdan que las charlas vacías, ociosas y forzadas generan tensión e incomodidad.
Debemos por tanto ser esos exploradores sociales que saben generar buenas conversaciones, que cuentan con personas significativas con las que zambullirse en un diálogo despierto, emocionante, cómodo y enriquecedor. Al fin y al cabo, es ahí donde reside la felicidad, en esos espacios seguros donde aprender, comprender y entrenar el afecto.
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