Heridas Emocionales que perduran en la adultez

Es bastante común, por desgracia, que nuestra salud emocional esté dañada desde la infancia. A menudo no somos conscientes de qué es lo que nos bloquea, lo que nos da vértigo o lo que nos provoca temor. En gran parte de estos casos, el origen está en lo aprendido cuando éramos niños, esas heridas que nos han ocasionado nuestras primeras experiencias con el mundo y que no hemos podido sanar.

Las heridas emocionales son experiencias dolorosas de la niñez que conforman nuestra personalidad adulta, quiénes somos y cómo afrontaremos las adversidades.

Debemos de hacernos conscientes de ellas y, por tanto, evitar maquillarlas , pues, cuanto más tiempo esperemos a sanarlas, más profundas se harán. El miedo a revivir el sufrimiento que nos causaron hace que nos pongamos cientos de máscaras que solo dificultarán nuestro movimiento por la vida. Eso es, precisamente, lo que tenemos que evitar.

Traición, humillación, desconfianza, abandono, injusticia… Son algunas de las heridas que Lisa Bourbeau nos señala en su libro Las cinco heridas que impiden ser uno mismo.

1. El miedo al abandono

El desamparo es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Imagínense lo doloroso que tiene que ser para un niño sentir el miedo de estar solo, aislado y desprotegido ante un mundo que no conoce.

Como consecuencia, cuando el niño desamparado sea adulto, intentará prevenir el hecho de volver a sufrir el abandono. Por lo tanto, quien lo haya padecido, tenderá a abandonar tanto a sus parejas como a sus proyectos de forma temprana. Esto responde, única y exclusivamente, al temor que le ocasiona revivir aquel sufrimiento.

Es muy común que estas personas hablen o piensen de esta forma: “Te dejo antes de que tú me dejes a mí”, “nadie me apoya, no estoy dispuesto a soportar esto”, “si te vas, no vuelvas…”.

Estas personas tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser abandonados y su rechazo al contacto físico (abrazos, besos, contactos sexuales…). Esta herida no es fácil de curar, pero un buen comienzo para cicatrizarla es afrontar el temor a quedarse solos hasta que fluya un diálogo interior positivo y esperanzador.


2. El miedo al rechazo
Esta herida impide que aceptemos nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestras vivencias.

Su aparición en la niñez está ocasionada por el rechazo de los progenitores, de la familia o de los iguales. El dolor que se genera por esta herida impide una construcción adecuada de la autoestima y del amor propio de la persona que lo padece.

Genera pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.

Ese niño rechazado no se siente merecedor de afecto ni de comprensión y lo que le hace aislarse por temor a volver a experimentar este sufrimiento.

Es probable que el adulto que fue un niño rechazado sea una persona huidiza. Por esta razón, se deben trabajar los miedos internos que generen situaciones de pánico.

Si es tu caso, ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo. Cada vez te molestará menos que la gente se aleje y no te tomarás como algo personal que se olviden de ti en algún momento. Tú eres la única persona que necesitas para vivir.

3. La humillación
Esta herida se genera cuando sentimos que los demás nos desaprueban y nos critican. Podemos crear estos problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o unos pesados, así como aireando sus problemas ante los demás (algo que es, tristemente, muy común). Esto, sin duda, destruye la autoestima infantil y, por tanto, dificulta la posibilidad de cultivar un amor propio saludable.

El tipo de personalidad que se genera con frecuencia es una personalidad dependiente. Además, podemos haber aprendido a ser “tiranos” y egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como escudo protector.

Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que trabajemos nuestra independencia, nuestra libertad, la comprensión de nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.

4. La traición o el miedo a confiar

Esta herida se abre cuando personas cercanas al niño no cumplen sus promesas, haciendo que se sienta traicionado y engañado. Como consecuencia, se genera una desconfianza que se puede transformar en envidia y en otros sentimientos negativos, por no sentirse merecedor de lo prometido y de lo que otros tienen.

Padecer estos problemas en la infancia construye personalidades controladoras y perfeccionistas. Son personas que quieren tenerlo todo atado y reatado, sin dejar nada al azar.

Si has padecido estos problemas en la infancia, es probable que sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás. Esto se justifica, frecuentemente, por la presencia de un carácter fuerte; sin embargo, digamos que obedece a un mecanismo de defensa, un escudo de protección ante el desengaño.

Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar, haciendo así que se cumplan sus prejuicios. Tienen que trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solos y a delegar responsabilidades.

5. La injusticia

El sentimiento de injusticia entra en juego en hogares en los que los cuidadores principales son fríos y autoritarios. Una exigencia excesiva genera sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta.

Albert Einstein sintetizó esta idea muy bien con su archiconocida frase “Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad de trepar un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es estúpido”.

Como consecuencia, quien experimente este dolor, puede llegar a ser una persona rígida que no admita medias tintas en ningún orden de su vida. Suelen ser personas que intentan ser muy importantes y alcanzar un gran poder.

Es probable que se haya creado un fanatismo por el orden, el perfeccionismo o, incluso, por el caos. La cuestión es que son personas que radicalizan sus ideas y, por ello, tienen dificultades para tomar decisiones con seguridad.

Para hacer frente a estos problemas hay que trabajar la suspicacia y la rigidez mental, con objeto de generar una mayor flexibilidad y permitir la confianza en los demás.

6. Inteligencia emocional no desarrollada
Los niños aprenden sobre sus emociones a través de la interacción diádica; Los gestos y las palabras de una madre enseñan al bebé a calmarse cuando está estresado o incómodo.

Más tarde, la madre desempeña un papel clave para ayudar a sus hijos a expresar sus sentimientos, nombrarlos y aprender a manejar sus temores y emociones negativas.

Los niños inmersos en una relación de apego insegura no aprenden estas habilidades básicas que les ayuda a regular sus emociones.

Se encuentran envueltos o aislados, ambos estilos inseguros de apegos se interponen en el modo de nombrar las emociones y de poder emplearlas para expresar las emociones, lo cual es uno de los factores clave de la inteligencia emocional.

7. Sentimientos de aislamiento

Debido a que nuestra cultura cree obstinadamente que todas las madres son amorosas y que la maternidad es instintiva, una niña que crece sin el amor de su progenitora, creerá erróneamente que ella es la única hija del planeta que se encuentra con esta carencia.

Lo más probable es que se sienta aislada y asustada como resultado, además, es probable que se aislé a sí misma debido a la profunda vergüenza que siente.

Es poco probable que le diga a alguien lo que siente, más que nada, como todos quiere pertenecer a la tribu, son de esas chicas que abrazan desesperadamente a sus madres y se ríen con ellas en busca de lo que les es negado.

Andrea Brandt, terapeuta familiar, señala que cuando una persona vive alguna de estas huellas emocionales es muy probable que aprenda a ocultar parte de su personalidad, lo que puede causar conflictos muy serios en la salud física, emocional y mental.

El primer paso hacia el largo camino de la sanación de las heridas emocionales de la infancia es el reconocimiento y es aquí donde un/a profesional puede ser de gran ayuda.

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