Una entrevista a Marion Woodman
Extracto de una entrevista que le hizo la escritora Rachel V. para su libro Family Secrets: Life Stories of Adult Children of Alcoholics (New York: Harper & Row, 1987).
Traducción Marianna García Legar.
A principios de la década de 1930, el Dr. Jung trabajó con un hombre alcohólico llamado Rowland y ese trabajo contribuyó, años más tarde, a la creación de la organización Alcohólicos Anónimos. Durante el año en que Rowland estuvo en Suiza haciendo terapia con el Dr. Jung, fue capaz de mantenerse sobrio, pero, en cuanto regresó a los Estados Unidos volvió a beber. Entonces fue nuevamente a Suiza a consultar con Jung, y éste le dijo que la única esperanza que tenía para abandonar la bebida consistía en que asumiera que necesitaba una transformación espiritual. Sin esa opción, no habría “cura”. Años después Jung y Bill Wilson, uno de los fundadores de Alcohólicos Anónimos, intercambiaron correspondencia sobre el tema.
En 1961, Jung señalaba que no era casual que al alcohol también se le llamara “espirituoso” ya que la sed de alcohol del alcohólico era equivalente a la sed del alma por lograr la unión con Dios. “Alcohol en latín es spiritus, y esa misma palabra se utiliza tanto para referirse a la experiencia religiosa más elevada, como para hablar del veneno más depravante que puede esclavizarnos. La fórmula útil sería: Spiritus contra spiritus–escribió Jung a Bill Wilson, en una carta de 1961– Esta sería la fórmula alquímica que enseña que sólo con el Espíritu se puede contrarrestar la adicción.”
Si podemos entender el alcoholismo y todas las adicciones como anhelos espirituales, esto indicaría que algo muy diferente es lo que está sucediendo en una sociedad como la nuestra, profundamente adictiva. Se podría decir que no tenemos tanto una crisis con el alcohol y las drogas –o lo que sea que necesitemos consumir–, como una crisis espiritual.
Al mismo tiempo la adicción es una perversión que muestra que nuestra propia naturaleza espiritual se está devorando a sí misma. La epidemia de adicciones también puede verse como un intento del Espíritu de volver a participar de nuestra cultura humana. Con estos pensamientos en mente, Rachel V. viajó a Toronto para entrevistar a la terapeuta junguiana Marion Woodman.
Rachel V: En su libro Los frutos de la virginidad usted dice que la curación sólo puede llegar a través de la misma herida que se pretende sanar. Esa paradoja me recuerda ciertos comentarios de Cristo acerca de cómo los débiles pueden confundir a los fuertes.
Marion: El débil siempre confunde a los fuertes. El Yo consciente puede saber exactamente lo que quiere, puede moverse en la dirección correcta a lo largo de toda la vida de manera muy firme dirigido hacia un objetivo claro, pero inconscientemente hay un lado infantil de la personalidad capaz de abatir al Yo. De hecho, hundirá al Yo, a menos que sea reconocido.
Nuestro lado débil es el lado adictivo, así que sólo funcionará una terapia si trabaja con ese lado inmaduro / infantil que el individuo es en última instancia. La cadena es tan fuerte como lo sea su eslabón más débil. Es ese lado débil el que está involucrado con la divinidad, tal como yo lo veo. Esa parte infantil tan incontrolable, tan exigente y tan tiránica, es al mismo tiempo la que trae la alegría y la creatividad a la vida. Esa parte es el alma que nunca puede ser silenciada y que, enterrada en la materia, anhela el espíritu. Un anhelo de alcohol simboliza un anhelo de espíritu. Piense en el dios griego Dionisos, el dios de la vid; la ebriedad y la experiencia trascendente con ese dios estaban íntimamente conectadas.
Piense en el simbolismo de la misa cristiana, donde el vino se convierte en la sangre de Dios y el pan en el cuerpo de Dios, y ambos simbolizan la materia y el espíritu respectivamente. Los alcohólicos están tan sumidos en la materia que anhelan el espíritu, pero cometen el error de concretar esa búsqueda en el alcohol. Si ellos realmente entendieran lo que anhelan y pudieran entrar en el reino de la imagen, en el reino del alma, entonces algo muy diferente sucedería.
¿Qué es esa terrible hambre que se manifiesta en cualquier adicción? Es como si toda nuestra civilización estuviera alimentando esa hambre, pero no para satisfacernos, sino para dejarnos más hambrientos. Ese es el sentido del “Quiero más, quiero más, quiero más de lo que sea a lo que estoy enganchada”.
En los trastornos de alimentación, anorexia, bulimia, encontramos la misma impulsividad. La gente adicta hace todo lo posible para disciplinarse a sí misma y puede hacer un muy buen trabajo de 7 de la mañana a 9 de la noche. Pero luego llega la noche, la fuerza de su Yo se derrumba y, de repente, emerge el inconsciente. Tan pronto como el inconsciente irrumpe con todos sus impulsos instintivos, el Yo pierde el control. A continuación, la adicción coge el mando como una tirana. Su voz es la de una niña perdida muerta de hambre: “Yo quiero, quiero, quiero… y voy a conseguir lo que quiero…” Hay una instancia de lo débil que confunde a lo fuerte.
Rachel V: No sé mucho acerca de la anorexia y la bulimia, excepto que parece semejarse a una especie de profundo rechazo del cuerpo.
Marion: Sí y, por tanto, a un profundo rechazo de la materia. A menudo, se encuentra un síndrome que va desde la bulimia a la anorexia, al alcoholismo, a la drogadicción, al fanatismo religioso, al victimismo… La gente adicta tiende a pasar de una adicción a otra. Mientras permanezcan en una conducta adictiva, no harán más que sustituir una adicción por otra, porque la curación no se ha producido. Piense en aquellos alcohólicos que pueden mantenerse sobrios, siempre y cuando sean adictos al trabajo, por ejemplo. Esa impulsividad sigue funcionando en casa. En tales situaciones, los hijos recogen el inconsciente del padre o de la madre que quiere un trago desesperadamente y corre a comer, o corre a trabajar, sólo para mantenerse lejos de la botella. La criatura recoge ese anhelo tácito, esa vida no vivida y, también, esa repetición compulsiva que expresa e intensifica la negación. La criatura, a su manera se sintoniza con lo que está ausente en ese padre o esa madre y corre tras ello.
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